Visible reserva

No hace falta entregarse al gesto ni dejar una traza obvia de los efectos del trabajo sobre la materia para conseguir que una pintura manifieste a quien la ha pintado. Existe una forma de hacerse presente en un cuadro que tiene que ver, por el contrario, con la delicadeza, la minuciosidad y una especie de pudor extremado que –como cuando alguien evita dejar cualquier rastro de su paso- lleva a borrar todas las huellas físicas del proceso que no sean la propia presencia de lo pintado. La paradoja es que, al final la laboriosidad que se emplea en cumplir ese mismo escrúpulo acaba por delatar a quien lo practica, y genera una peculiar tensión entre la objetividad extrema de la obra y la reticente subjetividad de quien ha intentado ocultarse tras ella, algo que evoca la expresión de Paul Valéry: visible reserva. 
Esa es la tensión que da su fuerza a la pintura de Mónica Dixon. Como artista formada en la tradición norteamericana, muestra una pasión por la realidad que no teme a lo banal, porque también confía en el poder del arte para apropiárselo, y además una apuesta por la forma sustentada en la técnica, en una verdadera artesanía. El mimo con que se aplica a la transubstanciación de los objetos más vulgares en sus bodegones, o de figuras anónimas inmersas en escenas urbanas que a veces se tiñen de melancolía o una ironía suave, revela al mismo tiempo una sólida fe en la realidad como suministro de temas, en el tino de su mirada para seleccionar el ángulo de lo real que merece ser rescatado y, sobre todo, en la pintura como una trabajosa alquimia de la que resultan valores irreductiblemente  plásticos. 
Y así, al final, en sus cuadros la textura es la de la pintura misma, no la del cuenco de barro o el cristal que Dixon reproduce casi con virtuosismo, y los colores limpios, casi planos, llevan a la linde de la estilización pop; o, desde ellos, las composiciones desafían al espectador con una autonomía que es plenamente pictórica, que ya nada debe a las figuras de las que arrancó la creación por mucho que las figuras, como quien las atendió y pintó, sigan presentes en el lienzo. Mónica Dixon pinta con tal convicción y laboriosidad para obtener, simultáneamente, los dos destilados mayores que se pueden obtener en el proceso de creación pictórica: belleza y misterio. Una belleza exenta y limpia, conscientemente formal y un misterio sin patetismo, como trasunto de su propia forma de mirar el mundo. Aunque ella y el mundo hayan quedado deliberadamente en un segundo plano, tras la rotunda presencia de sus obras.


J. C. Gea
Febrero, 2006


Texto para el catálogo de la exposición en la Galería Murillo, marzo 2006