Un viaje al no-lugar


Mónica Dixon inaugura exposición en Guillermina Caicoya

Diego Medrano
El Comercio, noviembre 2017

Monica Dixon (New Jersey, 1971) presenta en Guillermina Caicoya: ‘Somewhere… Nowhere’ (hasta el 24 de diciembre). Sus casitas aisladas, habitadas pero sin figuras humanas, tantas veces en mitad de la nada, según propia confesión  de la autora, es el viaje al no-lugar. Una reflexión en torno a la construcción interna y externa. Su interés por el concepto de espacio vacío no fenece: <<el vacio ocupa tanto mis interiores como mis exteriores. De los primeros me interesa la luz en función del espacio en contraste con esa oscuridad que lleva a una abstracción del propio minimalismo. La luz y la sombra es el espacio vacío marcado por el zen>>.


Sus casitas aisladas, en mitad de ninguna parte, simbolizan el viaje a la América profunda, son espacios más mentales que físicos que ayudan a liberarnos del estrés. Dixon une el minimalismo de vanguardia con unos exteriores donde la musicalidad yace en el recuerdo, en su mayor parte en sitios inexistentes. Casas solitarias, perdidas,  donde parte de su pasado se encuentra allí, la reflexión más ácida y lírica posible sobre la arquitectura tradicional estadounidense, presidida por ese halo de no-existencia, casi fantasmal, donde la soledad de la casa va pareja a la soledad de la persona, donde la introspección lleva a mirar lo que realmente somos: <<Estas casas pueden ayudarnos a identificarnos con el yo. La figura humana no aparece pero está latente. Se ve la huella o mano del  ser humano por todas partes>>. Es la civilización ocupada/desocupada, siempre otra.
Los límites del puzle no pueden estar más claros: dentro/fuera frente a minimalismo/abstracción. Los edificios, como en un poema máximo de modernidad, son estados de ánimo.  El paisaje no existe y todo es visión desde la imaginación.


Dixon es apátrida, planetaria, marcada a fuego por las largas explanadas de Pensilvania, con un mundo de granja que también lo es de miedo, donde la acción discurre dentro  de ella, también del espectador y donde las preguntas que se propone las explica sin rodeos: <<¿Vive alguien ahí? ¿No vive nadie? Siempre estamos solos, aún acompañados por muchas personas que nos quieren. Estados Unidos no sólo es Nueva York. No me gusta lo estridente, lo urbano, hay otro silencio en la introspección, en la reflexión analítica>>. Su soledad es la ausencia minimalista, el vértigo conceptual, las fronteras ya dichas entre interior/exterior. Todo es recogimiento y debate, en un magnifico mundo elegante, donde la sofistificación está en las preguntas que nos hacemos  frente a lo rotundo de algunas respuestas a las que asistimos de modo impasible.


Otro debate sería el de la luz de Dixon, el de su claridad manifiesta, donde todo su universo individualista es pura sociedad actual. La apropiación del territorio, si nos fijamos, sucede por un sinfín de transformaciones interiores, de cambios íntimos y críticos que dan lugar a una nueva política, la de la conquista o asedio de una nueva industrialización, de rapaces tecnologías, a las que tal vez es preciso poner freno. Un arte político, activista, ciudadano… Tremendo.